miércoles, 26 de marzo de 2014

Dulces Océanos de sal



Como si la mirara por primera vez en años se inquietó. Hacia tiempo que llevaba imaginando las mil y una posibilidades que le brindaría una noche como esta y, de todas ellas, jamás ninguna había reflejado lo que iba a encontrar. La mar parecía estar en calma, él no mucho por el contrario. Era el mismo juego, el mismo tablero, las mismas piezas de siempre, pero aun así ella era diferente. A no mas de una jarra de la embriaguez jugó a ser inconsciente y apostó su indumentaria. Ella dobló la apuesta siendo consciente de que, a este juego, perderían los dos. Ahora debían cobrarse el uno al otro y casi como un novato con tesoro en las manos la abordó por la cintura. Haciéndose eco de la bravura que había demostrado anteriormente la besó de nuevo. Y, como si de girasoles se tratase, sus vellos fueron buscando el sol. Un sol embustero, manipulable y traidor al servicio de ella. Capaz de bailar al son de sus pequeñas manos. Y así ocurrió. Del cálido mediodía al ardiente atardecer en un chasquido.
La mar de tela y piel se encontraba en negro y blanco. Radiante. Pero cuanto mas arriaba vela mas rápido latían sus corazones. Durante minutos, que parecieron segundos, la descubrió tratando de encontrar todos sus secretos. Una vez desvestidos, él surcó el mar, navegable a ojo y mano, sediento de tierra. Cuando de repente la tierra le encontró a él. Lentamente el océano hizo aguas y todo pareció inundarse de pasión. La nave, invencible según se oía comentar en algunos puertos, encalló. La tierra se convirtió en roca, la roca en sonrisas, las sonrisas en miradas y las miradas en placer. Y el restallar de la madera chocando contra las rocas anunció su desenlace, casi premeditado, por toda la playa y mas allá. El agua tornó color escarlata. Pero pronto, el placentero desagrado, se convirtió en plena satisfacción al sentir la fría arena bajo los pies. Ella era un lugar donde perderse y él un príncipe pirata con ganas de no volver. Terminó cuando no debía comenzar y al terminar terminó pensando que debía volver a empezar. Amante del mar, tan a gusto en tierra, olvidaba que siempre hay tierra debajo del mar.

1 comentario:

  1. Muh bueno, está bonito la mar me gusta y el crujir de la madera de un barco también :).

    ResponderEliminar