lunes, 27 de enero de 2014

Fuego en Hielo

Caminaba a través de los jardines exteriores del Palacio de Tarantos, con la mirada fija en el suelo. El suave susurro del agua que surcaba las acequias me acompañaba, siguiéndome de cerca. La brisa fresca me rodeaba y el olor de las flores me endulzaba el paladar. Hacia ya dos largos meses que el duro Invierno se marchó dando paso a la Primavera. Aunque no calentaba mi corazón helado, era agradable sentir el calor del sol de nuevo sobre mi piel. Pensaba, ennortado en las palabras que acababa de recitar ante mi Rey y no terminaba de estar conforme. Me hubiera gustado preparar mejor mi discurso pero, últimamente, la gran cruzada hacia las tierras de los Orcos me tenia bastante distraído. Por si fuera poco, no hacia mucho que mi mujer me dejó y se fue a vivir con su familia de poniente. No era buen momento para discursos.
La idea del gran viaje me excitaba, no paraba de pensar en las oportunidades que me deparaban en las tierras del norte. Todos los grandes capitanes que conocía habían partido ya y los informes no podían ser mas favorables. Los ejércitos de Tarantos habían expulsado casi por completo a todas las tribus Orcas del lugar y los colonos habían comenzado las labores de construcción de los edificios oficiales. Aldebaran era ya una realidad. Distaba mucho de ser el Fuerte rodeado de artesanos y posadas que recordaba. El canto de los pajaritos me devolvía poco a poco a la realidad, alejándome de los pensamientos de guerra y discursos mejorables. Era temprano y los pocos sirvientes que andaban despiertos se encontraban en el interior haciendo mas cómoda la vida de los que allí se encontraban. Alcé la mirada para observar las vistas, desde esta altitud podia verse la ciudad en su totalidad. El sol empezaba a bañar las calles, y la gente despertaba poco a poco. Los muros exteriores, altos como solo ellos podían ser, proyectaban una sombra que eliminaba la luz y el miedo a partes iguales del corazón de los ciudadanos. Un miedo infundado por incontables años de asedio e incursiones de los que ahora llamamos no muertos. Seres que podían, sin mucho esfuerzo, minar el corazón del mas bravo guerrero pero que poco podían hacer contra los Tarantelos. Hombres y mujeres positivos, capaces de ofrecer una sonrisa o un abrazo incluso en las peores situaciones. El humo comenzaba a asomar por las chimeneas de las casas, cortinillas blanquecinas tan finas como el cabello de una mujer. No tarde mucho tiempo en percatarme de que no estaba solo. A pocos metros de mi, también apoyada sobre el muro de piedra que separaba el suelo del abismo se encontraba ella. Gire la cabeza poco a poco para observarla. Sus cabellos eran ondulados, rubios y largos. Tan brillantes que podían reflejar la luz del Sol. Parecía saber que la estaban observando cuando me miró. La suave brisa de la mañana mecía delicadamente sus larga falda de terciopelo y su cabello. Como si se tratara de una flecha bien afilada, su mirada atravesó mi coraza y se me clavó en el alma. Durante algunos segundos un escalofrió me recorrió de la cabeza a los pies paralizándome por completo. Enemigos mas fieros y temibles habían causado menos impacto en mí del que me había causado ella con un solo latigazo de sus profundos ojos. Azules como el cielo azul, tenían la fuerza de diez cometas. Sus gruesos labios dejaron escapar una sonrisa que iluminó el día. De pronto, todo lo que me estaba rondando por la cabeza se esfumó de la misma manera que el humo de las chimeneas se desvanecía en el aire. El peso de la guerra dejó de tirar de mi. Olvidé el lugar donde me encontraba y lo que había venido a hacer aquí. Deje de ser el mas joven capitán de Tarantos para convertirme en ese chaval de dieciséis años que temblaba al ver una chica guapa. Ella comenzó a acercarse a mi. Su cuerpo, era la mas perfecta obra de arte esculpida por los artesanos de todos los tiempos. No había mujer en todo el Reino mas bella y parecía que no era el único que lo pensaba: hasta los pajarillos del jardín real parecian alegrarse con su presencia. Engalanando cada paso que daba con el mejor de sus poemas. Sin apenas mirarme se situó a mi lado, apoyo sus brazos en la cornisa y fijó sus grandes ojos de zafiro azul en la gran ciudad.

-¿Parece increíble verdad? -dijo recorriendo toda Tarantos con la mirada-. La muerte acecha al otro lado de esos muros y sin embargo ellos se sienten seguros y felices, no tienen porqué preocuparse mientras hombres como vos estéis aquí para velar por ellos.
Su tono calmado denotaba inteligencia y sabiduría para ser una mujer tan joven.
 -¿Se os ha comido la lengua el gato Capitán? -continuaba sin dejar de mirar al frente.
 -Un hombre siempre debe hacer lo que sea por proteger lo que ama.
 -¿Y que amáis vos Ser... -se detuvo esperando una respuesta.
 -Ser Jack Rising. Si le soy sincero Lady...
 -Annia Lavender
 -No lo sé -dije mientras miraba la ciudad despertarse-. ¿Y vos Lady Annia, por que lucháis?
 -¡¡Ahí está!!¡Cogedla! ¡Que no escape! -El sonido de las armaduras rebotó contra las paredes del Jardín. Del callejón que llevaba a la sala real salieron 10 guardias corriendo y señalando a Annia. Esta me miró de nuevo y volvió a sonreir. -Espero que encuentres lo que buscas Jack... -dijo Annia evadiendo mi pregunta a la vez que tiraba del nudo que sujetaba su falda a la cintura. El terciopelo calló al suelo dejando ver el pantalón de cuero engrasado y las botas de piel curtida que llevaba escondidas bajo ella. Se subió a la cornisa de un salto y sin dejar de sonreír y mirarme se arrojó de espaldas al vacío. Me asomé inmediatamente, sobresaltado, esperando contemplar una desagradable escena pero no vi rastro de ella. Se había esfumado ante mis ojos. Atónito esperé hasta que los guardas llegaron hasta mi y sin apartar mi mirada del imponente precipicio pregunte:
 -¿Por que la perseguís, guardias?¿Que ha hecho?
 -¡Es una ladrona muy peligrosa mi señor! ¡Ha conseguido robar el corazón de fuego! La joya de la corona. Son ordenes directas del Rey Damian.

 No fue lo único que robó Annia ese día, si es que ese era su verdadero nombre. Me robó la cordura y solo dejó dudas en mi. Debía saber mas sobre esa misteriosa mujer que me había robado el corazón con una sola mirada. Hoy después de una semana he descubierto una pista sobre su paradero. Siento que ha despertado algo en mi interior y ya no volveré a ser el mismo si no la vuelvo a ver. No he pospuesto mi viaje, hoy cogeré mis cosas y cabalgaré de nuevo, pero esta vez en otra dirección... por que, como dice el sabio, no hay recompensa sin esfuerzo ni fuerza que pare la razón del corazón.

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